Antes de todo, mi deseo que esta Pascua les trae alegría, paz y esperanza.
Quisiera comenzar con algo de un cristiano del siglo dos llamado Melitón. Era obispo de Sardes, una ciudad en lo que hoy es la costa de Turquía. El ve a Jesús saliendo de la tumba y dando un reto en voz alta:
Menciono la homilía famosa de Melitón porque hoy tenemos un malentendido sobre la Resurrección de Jesús. Podemos pensar que es la conclusión de la carrera de Jesús, como un hombre que recibe un reloj de oro al jubilarse. Nada es mas lejos de la verdad. La resurrección no es tanto una conclusión sino un comienzo.
Una de las cosas que me gusta de la película de Mel Gibson sobre la Pasión es la breve escena final. Tiene una visión semejante a Melitón: Jesús listo para el combate. Mientras abre sus ojos, es claro que posee su plena humanidad. La llaga de su mano es todavía visible. Con una expresión de determinación, se para y toma un paso firme.
Nuestro salmo de Pascua dice, “La diestra del Señor es poderosa.” Melitón no dice que por su muerte y resurrección, Jesús ha:
Jesús extiende esta invitación: “Vengan, pues, los hombres de todas las naciones, que se han hecho iguales en el pecado, y reciban el perdón de los pecados.”
En la primera lectura, San Pedro refiera a Jesús como juez no solamente de los que han muerto, sino de nosotros que todavía vivimos. Como juez es duro con los que tratan de echar la culpa a otros. Al mismo tiempo ofrece clemencia y ayuda a los que se acercan a él con humildad. A pesar de poseer todo poder, no debemos tener miedo a él. Nos dice, “Yo soy tu perdón, yo la Pascua de salvación, yo el cordero inmolado por ti, yo tu purificación, yo tu vida.”
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