San Pablo nos dice que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. (Hechos 14:22) Un sacerdote capuchino dio un testimonio sobre esta verdad de la fe. Su nombre es el Padre Benedicto Groeschel. El 11 de enero un carro lo chocó arrojándole unos diez metros. Con varias heridas, pasó casi dos meses en un respirador. Un reportero le preguntó como era. El Padre Groeschel respondió:

“Desde luego el sufrimiento no era agradable. Lo que decidí hacer, como sabía que iba a ser un mes sin poder hablar, era hacer un retiro de rosario. Recé el rosario varias veces cada día, meditando sobre los misterios. Los misterios que tenía mayor significado para mí eran la Resurrección y la Coronación de Nuestra Santa Madre.”

Mas tarde él mencionó que había visto La Pasión del Cristo. Le ayudó preparar par enfrentar su propio calvario. Padre Groeschel dijo: “No hubo ni un sufrimiento posible que Nuestro Señor perdió. Todo sufrimiento llega a su culminación en aquel acontecimiento. ¿Por qué debo yo ser diferente?”

Amor necesariamente requiere sufrimiento. Todos lo sabemos. Lo vemos especialmente mientras celebramos el Día de la Madre. Casi toda persona está segura del amor de su mamá. ¿Por qué? Ella ha sufrido por su hijo. En el embarazo, el parto, luego en todo lo que significa cuidar a un niño pequeño.

En estos días entre Pascua y la Ascensión, escuchamos a Jesús decir que solamente estará con nosotros un poco más. Y nos da un nuevo mandamiento: Que se amen los unos a otros, como yo los he amado. (Jn 13:34) Honramos a nuestras madres quienes, por su sufrimiento, nos han mostrado el amor.

************